
Protagonizó varios incidentes que se convirtieron en grandes escándalos. En vida, y después de muerto, le han perseguido numerosas leyendas.
A su muerte era conocido como el autor de la «infame» novela Justine, novela por la que pasó los últimos años de su vida encerrado en el manicomio de Charenton, y que fue prohibida, pero que circuló clandestinamente durante todo el siglo XIX y mitad del siglo XX, influyendo en diferentes novelistas y poetas, como Flaubert, que en privado lo llamaba «el gran Sade», Dostoyevsky, Apollinaire, que rescata su obra del «infierno» de la Biblioteca Nacional de París, o Rimbaud.[1] Breton y los surrealistas lo proclamaron «el Divino Marqués» en referencia al «divino Arétin», primer autor erótico de los tiempos modernos (siglo XVI). Aún hoy su obra despierta los mayores elogios y las mayores repulsas. Georges Bataille, entre otros, calificó su obra como «apología del crimen».[2]
Su nombre ha pasado a la historia convertido en sustantivo. Desde 1834, la palabra "sadismo" aparece en el diccionario en varios idiomas para describir la propia excitación producida al cometer actos de crueldad sobre otra persona.
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